Esta obra es la interpretación de un bodegón, una variación moderna de los colores típicos desde antaño de los azulejos de Portugal, con sus tonos azules, verdes, blancos y amarillos, plasmados en un cuenco de cerámica, un material de gran tradición artesanal.

Las pocas frutas en el cuenco cerámico contrastan con él a la perfección y llaman la atención, sin quitarle protagonismo y, además, permitiéndonos ver la mezcla de colores del esmalte. Las mandarinas, que casi parecen reales, son para la autora un símbolo de la riqueza del Sur, donde estas frutas, maduradas con tanto y tanto sol, están siempre presente en las mesas, a diferencia de su país natal donde eran típicas de la temporada navideña.

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