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Aníbal González, el Arquitecto Director (1911-1926)

El Ayuntamiento de Sevilla no fue capaz de imprimir a las obras la efectividad necesaria, por lo que el Estado se hizo cargo de las mismas en 1926. En puridad, la decisión fue adoptada por Primo de Rivera, que asumió los objetivos regeneracionistas de la Exposición como propios, pero el Rey no debió de estar al margen de esta determinación para asegurar finalmente el éxito de la empresa.

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El acto de su clausura, el 21 de junio de 1930, no contó ya con su presencia. En un ambiente político de exigencia de responsabilidades, que alcanzaban hasta su propia persona, Alfonso XIII prefirió que fuera presidido por el príncipe de Asturias don Alfonso de Borbón. En el mismo, las palabras de apoyo a la monarquía fueron constantes, síntoma del peligro que amenazaba a la institución, pero los aplausos más enérgicos fueron para el ministro de Trabajo Pedro Sangro Ros de Olano, cuando anunció su compromiso personal para resolver los problemas financieros y sociales de la ciudad. Sin embargo, estas promesas no se hicieron realidad y Sevilla tuvo que sufrir una penosa realidad económica y social en los años treinta.

Eduardo Rodríguez Bernal

Aníbal González Álvarez-Ossorio (1876-1929) inició su reinado en 1902, cuando a los 16 años llegó a la mayoría de edad. Monarca constitucional, tendió sin embargo a inmiscuirse personalmente en la política durante un periodo de la historia de España muy problemático y convulso.

 

Sus graves errores políticos le granjearon una amplia animadversión social. El 14 de abril de 1931, antes de que finalizara el recuento de los votos emitidos de unas elecciones municipales celebradas dos días antes, que fueron ganadas por los partidos monárquicos, decidió suspender su ejercicio del Poder Real y abandonar España, atemorizado por el éxito del voto republicano en las principales ciudades y las manifestaciones masivas.

La propensión de Alfonso XIII a entremeterse en la política le llevó a erigirse en una  figura clave en los orígenes, desarrollo y culminación de la Exposición Iberoamericana.

 

Su primera intervención ocurrió en marzo de 1910, cuando Sevilla intentaba la aprobación oficial de una Exposición Hispanoamericana en disputa con Bilbao. En un primer momento, el presidente del Gobierno José Canalejas desconfió de la capacidad económica sevillana para realizarla, por lo que el alcalde Antonio Halcón Vinent convocó una manifestación ante el Monarca, que se encontraba en el Alcázar, para solicitar su intermediación. El acto transcurrió el 14 de marzo y fue multitudinario. A su conclusión, Canalejas declaró que «el Rey se ha vuelto muy sevillano» y que, por lo tanto, Sevilla tenía garantizada la autorización gubernamental.

Alfonso XIII ejerció también una activa labor de propaganda con sus declaraciones y reiteradas visitas al recinto del certamen, por el normal seguimiento que la prensa efectuaba de todos sus actos. Al respecto, tuvieron especial relevancia su participación en la inauguración de la Corta de Alfonso XIII en 1926, a bordo del crucero argentino Buenos Aires, y su estancia en la ciudad con la reina doña Victoria Eugenia, Primo de Rivera, el príncipe de Gales y su hermano, los futuros monarcas británicos Eduardo VIII y Jorge VI, en abril de 1927.

Su participación durante la celebración de la muestra fue también muy relevante. El 9 de mayo de 1929 la inauguró y, después, desarrolló una actividad frenética visitando pabellones y asistiendo a muchos actos sociales. Del 22 de octubre al 3 de noviembre tuvo otra larga estancia en Sevilla con una apretada agenda, en la que coincidió con el presidente de Portugal Antonio Óscar de Fragoso Carmona. Por último, tras la dimisión de Primo de Rivera, estuvo también en Sevilla desde el 15 de abril hasta el 3 de mayo de 1930, pero esta vez la alegría de las ocasiones anteriores fue sustituida por la presión de los problemas que se cernían sobre la ciudad, que le fueron presentados respetuosamente por el alcalde Halcón en solicitud, una vez más, de su intercesión política. La adopción de medidas contra el paro y la falta de viviendas, así como la necesidad de emprender diversas obras públicas fueron algunas de las demandas de una Sevilla que afrontaba ahora su futuro con pavor, ante la constatación de que la Exposición no había generado la transformación económica y social deseada.

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