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La excavación de la corta y posterior construcción de los muelles de Tablada no se entenderían sin el levantamiento sobre ella de un puente levadizo. Con anterioridad, en el I Congreso Internacional sobre la Exposición Iberoamericana (2018) ya hablamos del Plan Moliní; en esta segunda entrega profundizamos en el diseño de una obra civil que cambiaría para siempre el panorama social y portuario de Sevilla y sus habitantes. 

 

 La historiografía, apenas ha prestado atención al Puente de Alfonso XIII a pesar de ser la primera infraestructura basculante sobre el río Guadalquivir. Con esta publicación científica, pretendemos ocupar un pequeño vacío que solo los medios de prensa locales han sabido aprovechar, dando a conocer tanto su largo historial de servicio y problemas, como su actual situación de arrumbamiento. En definitiva, este escrito busca poner en valor una pieza excepcional del patrimonio industrial de la ciudad y provincia de Sevilla. 

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Recientemente, diversos investigadores han aportado a la comunidad científica nuevos datos sobre nuestro protagonista, pero al igual que ocurre con el resto de puentes que jalonan la dársena del Guadalquivir, el conocimiento sobre ellos sigue siendo muy escaso. Aun habiendo sido una pieza fundamental del Plan Moliní, la satisfacción por la culminación de la obra e iniciales resultados operativos pronto se tornarían en quebraderos de cabeza. El incremento de las dimensiones de los barcos y la frecuencia del tráfico rodado que sobre el mismo pasaban, haría que a la larga el puente se convirtiera en un problema para la Junta, cuyas arcas se veían casi anualmente afectadas por partidas de urgencia para la sustitución de alguna pieza, renovación del pavimento deteriorado, etc.

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Los sevillanos, tan avezados a renombrar espacios y construcciones según los corrillos populares, pronto arrinconó el nombre oficial de puente de Alfonso XIII para otorgarle uno más característico acorde con su fisonomía: el “de Hierro”. Curiosamente, el mismo sobrenombre tendría el de Isabel II a mediados del siglo XIX, aunque acabó derivando a uno más universal como es el de “Triana”. En el imaginario hispalense siempre se recuerda al puente de Alfonso XIII con cariño, pues durante varias décadas fue una de las principales vías de comunicación de la ciudad, especialmente de la zona sur, por no hablar de uno de los accesos al Real de la Feria, ubicado en el desecado meandro de Los Gordales.

 

Su historia y trayectoria son ricas en datos e historias curiosas, algunas de ellas trágicas, pero que la mayoría vienen a simbolizar la pervivencia operativa de un tipo de construcción, con unas dimensiones a todas luces insuficientes como le pasó a la primera esclusa, que supo capear multitud de reformas, roturas y opiniones públicas proclives a su sustitución por un nuevo puente.

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